Por Gaby Leoncini
Era un mediodía soleado de primavera, uno de esos días diáfanos, de aire limpio y de cielo azul que invitan a compartir un almuerzo con amigas.
Yo iba caminando con una de mis amigas y, en la intimidad de nuestra charla, le confesé que iba a hacer una regresión y que ya lo había decidido.
-Claro está que lo pensé mucho –le dije a mi amiga-, porque vos sabés que esto implica abrir una puerta y quién sabe lo que pueda suceder después.
Tres años y medio después de aquel mediodía, recuerdo ese diálogo y sonrío. Un mito es una fábula, es un relato que desfigura la realidad y le da la apariencia de ser más valiosa o más atractiva. Ciertamente, el misterio que provoca abrir una puerta a lo desconocido despierta una gama de sensaciones que van desde la irresistible tentación de hacerlo hasta la parálisis. Y ni hablar si el mito nos asegura que esa puerta queda abierta para siempre.
Yo me atreví a hacer esa regresión. Así fue como descubrí y comprobé por mí misma que, en realidad, la puerta ya estaba abierta. No sólo eso, sino que descubrí que algunos de los monstruos que vivían en ese cuarto, en ese mundo, se habían venido conmigo y estaban aquí, dentro de mí, delante y detrás de mí. Con la TVP vi a los monstruos, les puse nombre, sané y, finalmente, con amor, cerré la puerta.
En la regresión entré en ese cuarto porque la puerta ya estaba abierta y pude recorrer los rincones de esa habitación. Un mundo es un conjunto de cosas creadas y yo pude recorrer ese mundo, que era mío, porque mi alma ya había estado allí alguna vez.
En aquella primera regresión que hice, me di cuenta de que había muchas puertas abiertas, de modo que hice muchas regresiones y decidí formarme en TVP. Fue así que comencé a cerrar puertas y a recuperar mi energía.
Con la ayuda del terapeuta mi alma recordó y recorrió decenas de experiencias. Y entonces reviví sensaciones, experimenté instantes de felicidad extrema y viví momentos profundos como abismos y pegajosos como barro frío. Otros momentos fueron oscuros como una noche sin norte y sin estrellas, y otros fueron acogedores como el despertar en el interior de una caverna húmeda y tibia: él útero de la que fue mi madre.
Paladeé sabores de triunfos sublimes en una antigua ciudad romana. Fui hija abandonada y esposa fiel hasta la muerte. Reviví derrotas amargas siendo soldado. Sufrí tragedias desgarradoras siendo madre moribunda y mujer torturada. Toqué texturas de ropas finas y de vestidos de época. Fui infiel y traicioné a otros. Lloré, gocé y bailé música celta en algún lugar de la actual Galicia, y reí a carcajadas manejando entre montañas un auto de asientos enteros y ruedas de madera.
Caminé descalza en selvas centroamericanas. Me suicidé por amor, fui mujer apasionada y guerrera defendiendo a mi pueblo. Y también fui un soldado muerto a traición.
Descubrí lo inefable y, lo más importante de todo, desde el amor universal vibrando en mi corazón, voy cerrando todas las puertas que habían quedado abiertas.
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